Hola amigos. Ya estoy de vuelta de Lanzarote y la Travesía de la Bocaina ha quedado atrás ya en mi vida. Qué vacío más grande. ¿Qué voy a hacer ahora, chicos? Tal y como os había pRometido, aquí os envío la crónica de la aventura. Podéis ver las fotos de la prueba y los tiempos (aún provisionales) en la página:
www.clubvulcano.orgPor cierto, a mí me tenéis llegando a la playa en la foto del siguiente enlace:
Preambulo:El día de la verdad había por fin llegado. Aunque más que día, a aquellas horas intempestivas estábamos aún de noche cerrada. A las 6 de la mañana de un sábado no debería estar en pie absolutamente nadie, y menos, con un plato de arroz blanco y un par de plátanos delante de la nariz. Aquello no había quien se lo comiera. Y mucho menos después de la panzada de pasta de la noche anterior.
Desayunaba, o al menos intentando hacerlo, en la terracita del apartamento, con una toalla de playa por encima. ¡Qué fresquito hacía! Allá lejos, muy lejos, se veían las luces en la costa de Fuerteventura.
¿Quién te manda a meterte en estas cosas, Fotomatón, ¿quién te manda?, me decía una vocecilla dentro de mí.
La salida:Todavía no había salido ni el sol, y ya estábamos enfundándonos los neoprenos en la playa. Reconocí a un montón de nadadores que había visto la tarde antes, en la reunión técnica. ¿Ya os he dicho lo pequeñito que me sentí en ella? ¡Horrible! Aquello estaba lleno de gente que llevaba años nadando, contando sus batallitas, hablando de sus hazañas, llevando un montón de ellos camisetas de travesías bestiales de 30, 40 kms, etc. ¿Qué hacía yo allí en mitad de todos estos monstruos? ¡Sáquenme de aquí!
A lo lejos, aún allí, las inevitables costas de Fuerteventura, iluminadas. No se habían acercado ni un poquito, cago en to. Era muy, muy raro. A tan sólo unos minutos de salir, aún no había conseguido activarme. Me sentía como desenchufado, sin ganas del tremendo machaque que me esperaba allí delante.
La foto oficial de todos los participantes anterior a la salida, y yo: Buf, qué rollo. Qué poquitas ganas de esta paliza. Sin darme tiempo a pensar en ello ni siquiera un segundo más, escuché: “tres, dos, uno, a por ello, campeones”. Y la aventura empezó. Un año de entrenamiento, de incertidumbre, de nervios, vivido para aquel momento. La primera brazada, de las miles que daría aquel día, fue como un interruptor de energía. Algo en mi cabeza hizo por fin clic. El reto había comenzado, y yo me sentía, ahora sí, preparado para acometerlo.
Sigan al globo amarillo:En la reunión de la tarde anterior nos habían dicho, que cada grupo llevaría un gorro de un color diferente, con el fin de identificarnos con facilidad. Mi grupo (el lento) lo llevaría amarillo. El grupo medio, verde. Y el rápido, rojo.
Cada grupo iría liderado por un piragüista, que llevaría enganchado a su piragua un globo de helio del color del gorro de cada grupo. La instrucción era clara: “sigan al globo de su color, sin adelantarlo”. Sólo a falta de 2 km la organización abriría la veda para el que quisiera atacar y llegar a la playa a tope.
Jolín, qué bien se veía el globito amarillo desde el agua, levantabas un poco la cabeza y allí estaba. La idea había sido genial.
En los primeros cien metros me sentí como un auténtico Terminator, haciendo análisis del funcionamiento de cada uno de mis sistemas:
A ver Fotomatón, el cierre del cuello del neopreno te ha quedado de maravilla. No se cuela nada de agua. Tampoco te molestan las axilas. Ni señal de que te vaya a rozar el traje. Las gafas no se te han empeñado. El gorrito amarillo, como el globo está en su sitio, y no se te está escurriendo. El hombro ni lo sientes. Ningún dolor aparente. Baterías cargadas al 100%. Todos los sistemas operativos y funcionando al máximo.
Habiendo testeado con éxito todos los sistemas, ya podía dar paso a la consecución de la misión: Seguir al globo amarillo.
Como el burro y la zanahoria:Los metros iban pasando, y después los kilómetros. El grupo iba aún muy compacto. Allí delante, el globito amarillo. Detrás, todos nosotros, como en trance, siguiéndole la pista sin descanso.
Veinte, veinticinco brazadas, vista arriba, el globo amarillo. Otras veinte o veinticinco más, vista de nuevo arriba, el globo amarillo, el globo amarillo. Aargghh, el maldito globito amarillo. Por un momento me sentí como el burro al que le ponen a un palmo de su hocico una zanahoria sujeta a un palo, con el fin de que no pare de caminar. El burro y su zanahoria. Fotomatón y su globito amarillo.
Mis plegarias, o debiera decir las plegarias de mi vejiga, por fin fueron escuchadas. ¿Podéis orinar mientras nadáis? A mí me resultaba imposible.
Hicimos la primera parada a la hora y treinta y cinco minutos de haber empezado. Llevábamos recorridos algo más de cinco kilómetros. Mientras me peleaba con un gel energético que no quería dejarse abrir de ninguna de las maneras, volví a hacer un pequeño análisis de sistemas. Todo en su sitio. Ningún síntoma aún de cansancio, ni rozaduras, ni dolores indeseables. El hombro me estaba aguantando muy bien.
Agarrado a la piragua, con el dichoso globito amarillo ahí al lado, pensé: ¿Y si lo pincho ya de una vez, me verá alguien? Cuando ideaba la forma de hacerlo sin ser descubierto alguien gritó: “seguimos”. Mi gozo en un pozo. Veinte, veinticinco brazadas, vista arriba, ¡el globo amarillo!. Otras veinte o veinticinco más, vista de nuevo arriba, ¡el globo amarillo!, ¡el globo amarillo!
La pájara:Veinte, veinticinco brazadas, vista arriba, el globito amarillo. ¿Hey dónde está el globito amarillo? Coño, coño, ¿dónde está el grupo? Ay, joder, joder, que estoy solo. Fallo del sistema. Pulsaciones a tope, dolor de brazos, el hombro duele como el demonio, las gafas se me han empañado,.
Fotomatón, ¿qué has hecho, desgraciado? esa impertinente voz interna había vuelto a hablar. Te has quedado más solo que la una. Tranquilo, tío, me dije. Mira, ahí a lado tienes una piragua. No estás solo. ¡Nooo! Esa piragua está viniendo hacia ti para decirte que estás descalificado por no poder seguir al maldito globito amarillo. Sabía que tenía que haberlo pinchado. ¿Todo bien? Un momento. Esta no ha sido la voz interna. Es el tío de la piragua. Estupendo, estupendo. De verdad. Mejor que nunca. Es que el globito amarillo me tenía desquiciado, y he querido distanciarme un poco. Pero nada, nada. Ya voy para allá otra vez. Gracias, respondí sobre excitado.
Más fuera de la travesía que dentro. Así me vi en esos momentos. Sin saber muy bien por qué, ni cómo, aunque imagino que por relajación, había aflojado el ritmo hasta quedar relegado fuera del grupo (aún quedábamos unos 10 ó 12 agrupados), y se me habían escapado unos 100 ó 150 m.
Logré a duras penas auto-convencerme de que aquella pájara era mental y no física, y apreté el ritmo con un solo objetivo: alcanzar el torturante globito amarillo. Al cabo de unos minutos, que parecieron horas, volví a ponerme a la altura del grupo, y ya sabéis de quién más.
Pasábamos ya el noveno kilómetro, y teníamos la segunda parada a un tiro de piedra, cuando me hice la pRomesa de no despegarme ni un solo metro de aquel maldito globito amarillo hasta llegar a las costas de Fuerteventura. Porque iba a llegar, sin duda, iba a llegar.
A por los del gorrito verde:Habíamos dejado atrás hacia unos minutos la segunda parada. ¡Qué bien nos habían sentado los geles y la bebida isotónica! El cansancio seguía desaparecido, aunque podía notar que andaba por ahí, rondándome. Que no me encuentre, que no me encuentre.
Por delante teníamos los últimos 5 kms. No quería ni mirar a la costa de Fuerteventura.
No mires Fotomatón. Tú no mires. Sigue nadando, que luego te agobiarás cuando veas que la costa, por mucho que nades, sigue ahí, sin moverse. De pronto, veinte, veinticinco brazadas, vista arriba, y ¿globito verde? Coño, o se nos ha descompuesto nuestro amigo amarillo con tanta ola, y está a punto de vomitar, o acabamos de pillar al grupo medio, buf, vaya subidón.
Literalmente atravesamos al grupito de nuestros amigos del gorro verde, que estaban parados haciendo su segundo avituallamiento. Inesperado adelantamiento.
Pensándolo fríamente ahora, ya en frío, yo creo que nuestro globito amarillo era muy, muy competitivo, porque fue ver a su colega verde ahí al lado, adelantarle, y empezar a tirar más y más para que éste no le volviera a coger. Los que quedábamos aún en el grupo nos miramos, e incluso alguien acertó a decir entre respiración y respiración: “vamos muy rápido”, pero aquel energúmeno amigo henchido de helio no nos hizo ni caso.
Se abre la veda:Por fin llegamos a la tercera y, seguramente, última parada. Por delante teníamos los dos kilómetros y medio finales. Sólo cinco nadadores habíamos logrado sostenerle el ritmo al globito amarillo. El grupo se había fragmentado definitivamente a lo bestia.
Nuestros amigos del gorro verde seguían en algún punto detrás de nosotros. No habían podido darnos caza.
La parada fue de unos dos minutos como mucho. Se suponía que debían de durar al menos cinco, pero con tal de que no nos pillara su amigo verde. A falta de sólo dos kilómetros se abrió la veda para quien quisiera atacar. A este punto ya sólo habíamos llegado en grupo tres nadadores. Habíamos perdido al resto entre ola y ola, brazada y brazada.
La llegada del grupo lento se decidiría entre tres, bueno, cuatro. El dichoso globito amarillo también quería ganar. Vaya que no.
De los dos mil a los mil metros el ritmo se incrementó considerablemente. Notaba cómo me iba quedando rezagado por momentos, aunque más tarde o más temprano lograba contactar con los otros dos. Qué bien nadaban ambos, cómo deslizaban. Y allí, aún henchido, vanagloriándose de él mismo, el maldito globito amarillo, también delante de mí.
La llegada: sprint final:Ostras, ¿qué pasa? Búsqueda de energía residual en sistemas secundarios. Modo competición activado. ¿Pero quién me ha apretado el interruptor? ¿Dónde estaba ese botón, que ni yo mismo sabía que lo llevaba de serie? El chico de la derecha ha dado un hachazo. Se nos marcha, qué bestia.
Vamos, Fotomatón. A por él, la vocecilla interna alterada. Vale, vale, a por él, coño. Vamos a intentarlo, farfullé yo como pude.
Farfullar se ve que podía, aunque fuera a duras penas, pero coger a aquel primo de Michael Phelps, ni de coña. No obstante intenté no bajar mi ritmo, porque quien se estaba descolgando era el tercero en discordia. Ni que decir tiene que el globito amarillo seguía allí delante, y a mí me habían programado para seguirle. Así que apreté los dientes y seguí fuerte hacia delante. Poco a poco el hueco que había abierto nuestro amigo al atacar fue disminuyendo. Podía cogerle. Joer, que no se me acabe el combustible ahora. Vamos, sigue.
Quinientos metros, cuatrocientos, trescientos metros. Aquí está, le he pillado, le tengo a mi lado, hombro con hombro. Y el globito a 5 metros, ahí delante. Doscientos metros. El corazón en la garganta, los brazos quemándome. Ciento cincuenta metros. Ay va, le saco un cuerpo a este tío. Tira más, Fotomatón, la vocecilla interna que ya no era vocecilla, sino un vozarrón de soprano dando alaridos de ánimo. Cien metros, ya voy a por todas. He visto por el rabillo del ojo, al respirar, que el otro chico no da su brazo a torcer. Cincuenta metros, ya no le veo al respirar. Cuarenta, ha aflojado. Treinta, veinte, diez. Pie a tierra.
Qué sensaciones más inolvidables. He llegado a Fuerteventura, lo he conseguido y antes incluso que el grupo medio.
Llega por fin mi compañero de Sprint. Nos abrazamos con fuerza. Sólo un poquito más tarde, el tercero del grupo. Otro abrazote. La canción de Queen “we are the champions” suena mientras nos abrazamos. Inolvidable. Poco a poco, comienzan a llegar el resto de compañeros. Gorritos amarillos, verdes, verdes, amarillos. Un goteo incesante de ellos.
Antes de salir de la orilla y caminar hacia la meta (por cierto, perdí una posición por ser tan ‘cariñoso’ y abrazar a tanta gente, aunque qué más daba, si lo importante realmente era compartir el momento), vi de soslayo a mi incansable amigo: el globito amarillo. La piragua a la que había permanecido atado durante toda la prueba permanecía varada en la orilla.
Me habían pedido que lo siguiera hasta el final. Y lo había logrado. Os aseguro que llegó un momento en que llegué a odiarle, siempre intentando dejarme detrás. Pero ya en la meta supe la gran ayuda que me había prestado, y le guiñé el ojo agradecido. No sé qué habría sido de mí sin su sempiterna presencia.
FINYa sólo me falta agradeceros de corazón todo el apoyo y el buen rollo que habéis tenido conmigo. Si no hubiese sido por vosotros, y por haber creído desde el principio al 100% en que lo conseguiría, cuando os pregunté en un mar de dudas, allá por Enero de este año, si debía o no intentar prepararme algo así siendo un completo novato, no estaría ahora sintiéndome en esta nube por el reto conseguido. Con tan sólo un par de meses de experiencia en la natación, el pensar en una travesía en mar abierto de 15 kms era algo muy, muy bestial. Me aterraba. Sólo vuestra seguridad en mis posibilidades lo ha hecho posible.
De verdad, muchísimas gracias. Os debo una muy grande.