Pedazo confesión escrito por Rafa Muñoz en el que explica su historia y cómo ha tenido que luchar.
Os preguntareis que es este título, es una canción de un grupo de hip- hop, Nach scrach, es una frase de dicha canción, que me recuerda todo mi pasado de largos entrenamientos en España, pero para nada es malo, me hace recordar cosas como cuando me tuve que ir a Barcelona a entrenar, circunstancias por la que muchos sabéis.
Cuando pensaba que estaba adaptado al centro, a la vida de allí, idioma y todo, resulta que tengo que volver a cambiar, Madrid 1 año, Barcelona 2 años y vuelvo a cambiar, siempre ha sido para bien pero ¿y el día que realice un cambio y no sea para bien? ese punto siempre llega antes o después pero siempre llega, ahora mismo no me preocupa eso, hago lo que me gusta.
Hoy decidí ponerme a escribir un breve pero espero que un curioso texto en el que mostrar como decidí llegar aquí y no a otro sitio, y mis vivencias de ya casi medio año aquí en zonas marsellesas.
Todo comenzó con la vuelta de los Juegos Olímpicos de Pekín, después de mucho dormir en casa decidí un día hablar con mi entrenadora María del Mar Gamito, y me hizo una pregunta que me deslumbró ¿quieres seguir nadando, se te han quitado las ganas de nadar? Contesté con un rotundo SI, los dos nos asustamos un poco, ella esperaba otra respuesta y yo no me esperaba dicha pregunta tan realista y directa, hubo un momento de silencio, parecía haber pasado un ángel, pero no, en ese momento nos pasó todo por delante menos un ángel.
Ahí nos dimos cuenta que era el momento de realizar un cambio más, pensamos en el Centro de Málaga, el Cerrado de Calderón para entrenar hasta encontrar un sitio final para entrenar, luego vimos que no podría ser, pensamos en irnos a la Blume pero después de valorarlo me dijeron que no tenía beca de la Federación Española.
Se nos ocurrió la idea de ir a Holanda, un país que siempre ha tenido nadadores de calidad y del cual siempre he escuchado comentarios muy positivos en el mundo de la natación, pero a María se le apareció por la mente la palabra Francia, un país donde este último año ha tenido resultados a nivel mundial increíbles. Buscamos el lugar de entrenamiento de Alain Bernard y de Amaury Leveaux y nos dimos cuenta buscando por internet que lo hacían en un club normal y corriente que no estaba transformado al centro intensivo.
Pensé que muchos de los principales nadadores franceses viajan con frecuencia a Estados Unidos y es algo que no me atraía. Indagando un poco más, hablé con Tatiana Rouba que lleva aquí en Marsella un par de años y me dijo que es un club acomodado al entrenamiento intensivo de la natación y muy bueno para los esprínteres, no lo dudamos ni dos segundos y le pedí el número de teléfono de Romain Barnier, el entrenador.
Concretamos con Romain para vernos, medio en inglés, medio en español, que también entiende, y en septiembre nos plantamos en Marsella a la aventura, sin coche y sin hotel, una mini maleta y un billete de vuelta.
Romain, durante una cena, nos lo pintó a Mª Jose Cañete, Rafa Carmona (como mi hermano mayor) y a mí, todo muy bonito, como si te dibujase algo con tus colores favoritos, con todo lo que quieres que aparezca, y organizado como nunca te imaginaste que podría ser. Realmente me regaló el oído y además se negó a que pagáramos la cuenta. Fuimos al hotel y hablamos mucho sobre la conversación con Romain.
Sin saber si volvería realicé un entrenamiento con el equipo del CN Marseille, quería conocer de primera mano el ambiente, saber cómo eran los demás compañeros del equipo. Si bien tuve cierto temor como extraño por si podría haber algún tipo de rechazo, fui acogido como si me conocieran de toda la vida, como uno más.
Volví a casa y lo hablé con mis padres. Ellos siempre han apoyado mis decisiones. Decidí volver a Marsella justo cuando me saqué el carnet de conducir. Llegué en Marsella el 14 de octubre después de un viaje largo, con un tren nocturno de Córdoba a Barcelona, en Barcelona alquilamos un coche con el que cruzamos la frontera hasta Marsella, unos 500 km de carretera, que en buena compañía se hace muy ameno.
Una vez en Marsella me invadió otra vez la incertidumbre de si podría hacer mi vida con normalidad. El primer mes lo pasé con una sensación extraña, me costó acostumbrarme a los horarios de la comida y a los entrenamientos. Tuve que buscar piso moviéndome por mi cuenta sin conocer la ciudad, la segunda en extensión de Francia, sin conocer el idioma. Ahora comprendo porque mucha gente no se mueve de su casa y tienen miedo al mundo exterior que nos rodea, es difícil vivir solo en un piso, cocinar, limpiar, pero un dicho que todos lo conoceremos nos recuerda ''quien algo quiere algo le cuesta''.
Encontré el piso pero el chico con el que lo compartía se marchó y decidí buscar otro hasta encontrar uno ocupado por una pareja y mucho más cerca del club, además de tener mejores condiciones. Desde entonces estoy con Giacomo Pérez, que es un compañero de entrenamientos.
Tuvimos que comprar todos los muebles del piso: camas, mesas, sofá, lámparas, persianas. Nos pusimos manos a la obra y en 3 semanas lo teníamos montado todo gracias al famoso Ikea, aunque eso de montar muebles a mi compañero no se le da muy bien y me tocó hacerlo a mí, algo no tan sencillo después de entrenar, pero la ilusión lo puede todo y el cansancio no fue un impedimento, aunque me quedara hasta las 12 o la 1 de la madrugada.
Con el piso montado me puse a entrenar con la mentalidad puesta en el Campeonato de Europa de piscina corta en Rijeka, necesitaba hacer saber al club que habían hecho un buen fichaje y eso me sirvió para que también me pudieran pagar el piso.
Terminado el Campeonato de Europa en Rijeka, Romain me contó que íbamos a hacer una concentración en la isla de la Reunión, en el océano Índico, y eso significaba pasar el fin de año sin mi familia, algo demasiado frecuente y si no recuerdo mal la primera vez fue con 15 años.
Aquí los entrenamientos son totalmente diferentes a los que he podido hacer en España. Tenemos un preparador físico y un entrenador de agua, además de un fisio a nuestra disposición en una clínica. Disponemos de un “magneticer” que mide la energía del cuerpo, algo que nunca lo había probado, y también disponemos de un centro, a unos 15 minutos del club, con saunas, piscina de chorros, jacuzzi, todo costeado por el club, así dan ganas de entrenar cada día.
Con esto termino mi pequeña confesión hacia vosotros de todo lo que ha sido la adaptación aquí, muchas veces todo parece muy bonito, sencillo, pero quería compartir la experiencia con vosotros, porque todo lo que brilla en esta vida no es oro, ni todo es tan bonito como lo pintan, ni nada de lo que nos propongamos es fácil. Nadie puede elegir el camino por ti, el camino lo eliges una vez y el tiempo que pierdas ahora no podrás recuperarlo en un futuro, el tiempo pasa y debemos aprender a sacar partido a cada latido de nuestro corazón puesto que nos movemos gracias a él y no al tiempo.
Rafael Muñoz