Cuando después de descansar el mes de septiembre de 2012 iniciamos los entrenamientos a principios de Octubre, mi compañero de entrenos y sin embargo amigo, Juan, nos habló de la posibilidad de apuntarnos a este Desafío mi primera respuesta fue algo así como “estás loco, yo ni de coña”. El otro compañero, Luis, si se mostró más receptivo a la idea desde el principio. Llegado pues el 1 de marzo, fecha de apertura (y cierre) de inscripciones Luis me manda un mensaje preguntando que qué hace, “¿te apunto o no?”. Sin pensarlo mucho le digo que sí, que de momento sí, si me arrepiento estaré todavía a tiempo de “borrarme”. Ahora puedo decir que fue una buena decisión.
Llegamos pues a Vigo el Viernes 30 a la reunión previa a la prueba y ya de entrada primeras sensaciones encontradas: por un lado la satisfacción de verte ya metido en harina, pero por otro encontrarte en medio de todos esos atletas preguntándome a mi mismo ¿Qué pinto yo aquí en medio? (45 años, 1,83 cm., 104 kg.); también es cierto que ves ejemplos entre todos ellos de gente mayor que yo que te ayuda a pensar “si ellos sí, porqué yo no?”.
El día de autos, después de aplaudir la salida de los compañeros de los dos primeros grupos nos acercamos ya pertrechados a la orilla para empezar nuestra aventura. Allí habló la voz de la experiencia, un compañero veterano con acento canario que dio las últimas consignas al grupo, tranquilidad, todos juntos, etc. Yo francamente agradecí escuchar esas palabras en ese momento. Arrancamos pues y en los primeros minutos veo que el ritmo del grupo lo llevo bien, centrando la mente en la primera parada, a la hora de travesía. El primer avituallamiento se agradece, me tomo medio aquarius apoyándome en la tabla del guía, lo cual me da buena sensación de descanso en esos 4 minutos abundantes. Eso sí al arrancar de nuevo, y durante los primeros 3 ó 4 minutos, estoy convencido de que no voy a llegar; la sensación de cansancio tras esa parada se multiplica, y pensar en dos horas y pico así, puff . Sin embargo a los pocos minutos ya cojo ritmo otra vez y veo que todavía no está todo el pescao vendido, que hay luz al final del túnel. Segundo avituallamiento a la hora y cuarenta y cinco minutos. Cometo el error de agarrarme al borde de una de las motoras, que se mueve arriba y abajo sin parar, y en cuestión de medio minuto echo por la boca el aquarius de la primera parada. Así que reanudo la marcha con el estómago vacío pues visto lo visto no me atrevo a meter en el cuerpo nada sólido. Es en ese tercer tramo donde me empiezo a encontrar ya mejor en cuanto al ritmo. Voy levantando la cabeza al frente y veo que el guía lo llevo prácticamente al lado, cuando en el tramo anterior se me había ido al menos 80-100 metros. Traspasamos el umbral de las 2 horas y empiezo a mentalizarme de que sí, que voy a llegar. Pasan muchas cosas por la cabeza, pienso en todo lo entrenado, pienso en mis hijos, en que cuando llegue voy a emocionarme, pienso, pienso, hasta que un amago de calambre en el antebrazo izquierdo me hace bajar de la nube y me dice que no está el oso cazado como para ponerse a vender la piel. Sin embargo el amago no pasa de ahí y llegamos al último avituallamiento con las pilas cargadas mentalmente y con ganas de afrontar el último tramo. Van 2 horas y media y el guía nos arenga para el tramo final, (“solamente quedan 45 minutos, vamos chavales ya estáis ahí”), arrancamos de nuevo y veo que sí, que el ritmo que llevo no es malo y que aparentemente no llevo mucha gente delante. En un momento determinado me pongo a la altura de un compañero que lleva un ritmo como el mío y descubro que es el mismo que nos animó al principio, el canario. Nos acoplamos durante aproximadamente un kilómetro, hasta la baliza amarilla, donde me despisto y hago un giro de casi 90º; cuando el kayak me avisa y levanto la cabeza veo que iba de frente hacia la torre de la isla Toralla. Rectifico el rumbo y enfoco la playa pero.. la playa parece que se aleja cada vez más. El ansia de llegar y acabar el reto es grande pero la distancia hasta la playa también. Además me entra la sensación de hambre, de vacío en el estómago, acordándome de los avituallamientos no aprovechados. De todos modos no aflojo el ritmo y ya voy acercándome y creyéndomelo de manera definitiva. Ya pueden darme calambres que aunque sea a rastras yo llego a la playa. Por fortuna no hubo mayores problemas y consigo llegar en 3 horas 19 minutos. Al contrario de lo que pensaba no me emociono, no sé si sería por el cansancio o porqué, pero esa sensación de satisfacción fue apareciendo según pasaron los minutos o las horas. Y aún hoy, dos días después, en cuanto el trabajo deja un momento la mente libre, ésta se va a darse una vuelta por las Cies y por la playa de O Vao, saboreando sensaciones que van reflotando poco a poco y que espero volver a vivir dentro de un año.